El capitulo cuatro del libro de Daniel comienza con un
discurso del rey Nabucodonosor hacia todos los pueblos y naciones del mundo, en
el que reconoce las señales y los milagros que el Dios ha hecho en su vida.
Nabucodonosor rey,
a todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea
multiplicada. Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios
Altísimo ha hecho conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus
maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en
generación. (Daniel 4, 1-3).
Es paradójico, de alguna manera, ver al arrogante soberano
del mundo de aquel entonces, que había sometido pueblos y naciones, que había
edificado el gran imperio babilónico, reconocer y alabar a un Dios de un pueblo
sometido, el Dios de Israel. Pero hasta llegar a hacer tal afirmación había pasado por un amargo momento en
su vida: su locura y su abandono.
Un día, estando tranquilo en su palacio, admirando las
grandes maravillas de su ciudad, tuvo un sueño espantoso, que al igual que en
el sueño de la estatua del capitulo dos, no encontró ningún mago, astrólogo o
adivino capaz de dar al rey la interpretación.
El que dio al rey la interpretación fue el mismo Daniel, el
que dio al rey la interpretación del sueño de la estatua, al principio de su
ministerio en la corte babilónica.
Estas fueron las
visiones de mi cabeza mientras estaba en mi cama: Me parecía ver en medio de la
tierra un árbol, cuya altura era grande. Crecía este árbol, y se hacía fuerte,
y su copa llegaba hasta el cielo, y se le alcanzaba a ver desde todos los
confines de la tierra. Su follaje era hermoso y su fruto abundante, y había en
él alimento para todos. Debajo de él se ponían a la sombra las bestias del
campo, y en sus ramas hacían morada las aves del cielo, y se mantenía de él
toda carne. Vi en las visiones de mi cabeza mientras estaba en mi cama, que he
aquí un vigilante y santo descendía del cielo. Y clamaba fuertemente y decía
así: Derribad el árbol, y cortad sus ramas, quitadle el follaje, y dispersad su
fruto; váyanse las bestias que están debajo de él, y las aves de sus ramas. Mas
la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de hierro y de bronce
entre la hierba del campo; sea mojado con el rocío del cielo, y con las bestias
sea su parte entre la hierba de la tierra. Su corazón de hombre sea cambiado, y le sea dado corazón de
bestia, y pasen sobre él siete tiempos. La sentencia es por decreto de los
vigilantes, y por dicho de los santos la resolución, para que conozcan los
vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él
quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres.
El mensaje esencial de este sueno-visión es que el Altísimo
gobierna el reino de los hombres y los da a quien el quiere, y cuando él
quiere.
Al rey se le explica que el árbol del sueño es el mismo y
que va a ser cortado del poder, va
a vivir con las bestias durante siete tiempos(años), su reino va a ser dado a
otro hasta que reconozca la autoridad del Altísimo. Al mismo tiempo Daniel le
suplica que reconozca ya al Dios como fuente de todas las cosas y que evite pasar
por esta mala experiencia, ya que el Dios es perdonador, es un Dios amante que
quiere la salvación de todo el mundo.
La respuesta de rey, sin embargo, después de doce meses
mas es: ¿No es ésta la gran
Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para
gloria de mi majestad? (Daniel 4, 30)
En este momento una voz del cielo confirma la veracidad del
sueño y de la interpretación dada por Daniel, el rey pierde la cabeza, se
vuelve loco, es echado de su trono y va a vivir con las bestias en el bosque
durante siete años, hasta que levantando su mirada hacia arriba reconoce la
autoridad de Dios y su poderío.
Después de este tiempo el rey vuelve de su locura, es
restablecido de nuevo en su reino, como soberano y esta vez cuenta con el Dios Altísimo,
el Dios que lo restableció y lo renovó.
En el mismo tiempo
mi razón me fue devuelta, y la majestad de mi reino, mi dignidad y mi grandeza
volvieron a mí, y mis gobernadores y mis consejeros me buscaron; y fui
restablecido en mi reino, y mayor grandeza me fue añadida. Ahora yo
Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus
obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan
con soberbia (Daniel 4, 36-37).
No hay comentarios:
Publicar un comentario