jueves, 17 de mayo de 2012

La locura del rey Nabucodonosor


El capitulo cuatro del libro de Daniel comienza con un discurso del rey Nabucodonosor hacia todos los pueblos y naciones del mundo, en el que reconoce las señales y los milagros que el Dios ha hecho en su vida.
Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en generación. (Daniel 4, 1-3).
Es paradójico, de alguna manera, ver al arrogante soberano del mundo de aquel entonces, que había sometido pueblos y naciones, que había edificado el gran imperio babilónico, reconocer y alabar a un Dios de un pueblo sometido, el Dios de Israel. Pero hasta llegar a  hacer tal afirmación había pasado por un amargo momento en su vida: su locura y su abandono.
Un día, estando tranquilo en su palacio, admirando las grandes maravillas de su ciudad, tuvo un sueño espantoso, que al igual que en el sueño de la estatua del capitulo dos, no encontró ningún mago, astrólogo o adivino capaz de dar al rey la interpretación.
El que dio al rey la interpretación fue el mismo Daniel, el que dio al rey la interpretación del sueño de la estatua, al principio de su ministerio en la corte babilónica.
Estas fueron las visiones de mi cabeza mientras estaba en mi cama: Me parecía ver en medio de la tierra un árbol, cuya altura era grande. Crecía este árbol, y se hacía fuerte, y su copa llegaba hasta el cielo, y se le alcanzaba a ver desde todos los confines de la tierra. Su follaje era hermoso y su fruto abundante, y había en él alimento para todos. Debajo de él se ponían a la sombra las bestias del campo, y en sus ramas hacían morada las aves del cielo, y se mantenía de él toda carne. Vi en las visiones de mi cabeza mientras estaba en mi cama, que he aquí un vigilante y santo descendía del cielo. Y clamaba fuertemente y decía así: Derribad el árbol, y cortad sus ramas, quitadle el follaje, y dispersad su fruto; váyanse las bestias que están debajo de él, y las aves de sus ramas. Mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de hierro y de bronce entre la hierba del campo; sea mojado con el rocío del cielo, y con las bestias sea su parte entre la hierba de la tierra.  Su corazón de hombre sea cambiado, y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos. La sentencia es por decreto de los vigilantes, y por dicho de los santos la resolución, para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres.
El mensaje esencial de este sueno-visión es que el Altísimo gobierna el reino de los hombres y los da a quien el quiere, y cuando él quiere.
Al rey se le explica que el árbol del sueño es el mismo y que va  a ser cortado del poder, va a vivir con las bestias durante siete tiempos(años), su reino va a ser dado a otro hasta que reconozca la autoridad del Altísimo. Al mismo tiempo Daniel le suplica que reconozca ya al Dios como fuente de todas las cosas y que evite pasar por esta mala experiencia, ya que el Dios es perdonador, es un Dios amante que quiere la salvación de todo el mundo.
La respuesta de rey, sin embargo, después de doce meses mas  es: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? (Daniel 4, 30)
En este momento una voz del cielo confirma la veracidad del sueño y de la interpretación dada por Daniel, el rey pierde la cabeza, se vuelve loco, es echado de su trono y va a vivir con las bestias en el bosque durante siete años, hasta que levantando su mirada hacia arriba reconoce la autoridad de Dios y su poderío.
Después de este tiempo el rey vuelve de su locura, es restablecido de nuevo en su reino, como soberano y esta vez cuenta con el Dios Altísimo, el Dios que lo restableció y lo renovó.
En el mismo tiempo mi razón me fue devuelta, y la majestad de mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis gobernadores y mis consejeros me buscaron; y fui restablecido en mi reino, y mayor grandeza me fue añadida. Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia (Daniel 4, 36-37).

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