jueves, 17 de mayo de 2012

La fe probada



El rey Nabucodonosor, después de haber entendido según la visión de la estatua hecha de diferentes metales, del capitulo anterior(Daniel 2), ordena que se haga una estatua toda de oro, ya que Babilonia había sido representada por este noble metal, y la levanta, según dice la Biblia, en el campo Dura, ordenando a todos sus súbitos que la adoren. 
No era nada extraño levantar un monumento tal en un país lleno de obras esplendidas y majestuosas. Una de las construcciones mas notables de Babilonia era el Entementanki, el zigurat, que para los babilonios era “la casa de la fundación del cielo y de la tierra”, y se supone que era la antigua torre de Babel, edificada anteriormente en la llanura de Sinar, según Génesis 11.
La religión babilónica, politeísta , tenia muchísimas deidades  y no era nada raro establecer una mas y darle adoración. Sin embargo para los jóvenes judíos llevados en el cautiverio, esto podría constituirse en el mayor desastre de sus vidas.
El rey Nabucodonosor mando a reunir a todos los sátrapas, magistrados y capitanes, oidores, tesoreros, consejeros, jueces, y todos los gobernantes de la provincia, para que viniesen a la dedicación de la estatua (Daniel 3,2) y mando que al  oír la música, el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música (Daniel 3,5), se postren y adoren  a la estatua de oro que el rey había dedicado en Dura.
El rey se entero que algunos varones judios, en concreto, los que el había nombrado funcionarios de la provincia, no adoraron ni la estatua, ni a otras deidades babilónicas.
Había un horno calentado, para echar al fuego a los que no se sometían a la autoridad y bajo amenaza de muerte los jóvenes judíos se niegaron a ofrecer su adoración a otro dios que no sea el Dios de Israel.
La respuestas ante el rey fue muy firme: He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado (Daniel 3, 17-18).
Los jóvenes son echados al fuego pero son salvados, por su fidelidad, por la intervención divina. El rey mirando hacia el horno ve entre ellos un rostro de hijo de dioses, que interviene en el medio del fuego rescatando a sus fieles.
Al ver este extraordinario milagro, prueba de la verdadera fe, en el verdadero Dios el rey afirma: Bendito sea el Dios de ellos, de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios. Por lo tanto, decreto que todo pueblo, nación o lengua que dijere blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, sea descuartizado, y su casa convertida en muladar; por cuanto no hay dios que pueda librar como éste (Daniel 3, 28-29).

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